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Consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús

Consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús


La decisión de consagrar nace de la convicción de una presencia amorosa: Dios ama al pueblo que se consagró. La relación marca un permanente diálogo, un silencio interior que deja espacio a la palabra que viene de lo alto, la certeza que lo propio es también lo suyo y que su vida se ha hecho una con la nuestra. Esto es fruto de la experiencia de discipulado permanente y exigente porque el Señor es el eje central de la vida personal y social. Hay la certeza de su presencia de baluarte y de defensa: la tentación de buscar una construcción individual que crea divisiones, rencores y odios, es constante y solo Dios es capaz de vencerla. Confiar y fiarse de Él es el camino para entender la gracia de la consagración.
Consagrarse es comprometer la respuesta para que la gracia crezca y produzca frutos: el consagrado es el comprometido a dar testimonio de la presencia y de la acción del Señor porque el Señor, al hacer uno con él, hace del cuerpo del consagrado su cuerpo que habla, que escucha, que encuentra, que apoya, que se solidariza, que camina junto al pueblo.
Serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.
La relación de comunión es tan profunda que el mismo pueblo tiene una función sacerdotal, una función que conduce la historia a poderse encontrar con Dios y a hacer que Dios tenga una imagen humana para encontrar a su pueblo. Pueblo elegido, consagrado y santificado: es fruto de la libertad y de la gratuidad de Dios. La santidad es de Dios y es participada al pueblo, es bondad y es gracia. Mientras la bondad manifiesta el ser y la actitud de Dios, la gracia manifiesta su intervención salvadora. Esto produce la urgencia de la respuesta, urgencia que viene no de la sencilla voluntad humana sino del fruto de la gracia ya que el pueblo sacerdotal es el signo de la presencia y de la acción de Dios.
Ahora son “pueblo de Dios”… para proclamar las hazañas del que los llamó a salir de la tiniebla y entrar en su luz maravillosa.
El discipulado lleva a la misión. Lo que Dios hace en cada uno tiene que producir frutos. La acción de Dios necesita la disponibilidad del discípulo, disponibilidad que conduce a ofrecer la vida para que el mundo entienda y para que Dios tenga una voz comprensible para todos. Si no hay liberación en el corazón del discípulo, no puede haber propuesta liberadora para el pueblo y para los hombres que todavía no han logrado encontrar al Señor.
Preguntó Pilato a Jesús: “¿Eres tu el rey de los judíos?”
Pilato es el representante del emperador de Roma, el jefe mayor de la historia de aquel tiempo. ¿Será que se ha equivocado y que tiene que ponerse a servicio de Jesús? ¿O, sencillamente, la pregunta es una broma de mal gusto del que se siente más grande? Los judíos son esclavos, ¿Cómo pretenden tener un rey propio?
¿Dices esto por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
Jesús va más allá del juego que Pilato quiere vencer, quiere que Pilato entre en su corazón y que deje a lado lo de los judíos porque Él vino para encontrar a los hombres, a todos los hombres y para que cada uno encuentre a Dios, descubra que tiene necesidad de Dios y le abra la puerta de su corazón.
Tú gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho?
Es difícil perder el poder y sentirse necesitado de otro. Solo quien descubre su propia debilidad y pecado se pondrá en busca de Dios porque se sabe incapaz por sí solo. Pero Pilato todavía no llega a ese nivel, para él lo único que vale es lo político y lo militar y, en eso, los romanos son el poder. El trato no es con posibles condenados, sino con los que tienen el poder político local aunque sean esclavos de Roma. Si quieres que te defienda, debes ponerte de mi lado.
Jesús contestó: “Mi reino no es de este mundo”
Como siempre en los diálogos el Maestro intenta llevar a la persona con quien habla a otro nivel; pero ahora parece que no logra conseguir el resultado esperado. Pilato habla de la realidad terrenal mientras que Jesús habla de la dimensión celestial y eterna a la que llama.
Pilato le dijo: “¿Con que tu eres rey?”
Es un dialogo con sordos. La tierra tiene un peso enorme que impide salir de la experiencia diaria, de valores ligados a las armas y al poder. La cultura romana es incapaz de pensar que Dios es el referente para la realización humana; Dios queda solo como un ser de poder, pero que es posible conquistar con sacrificios, con tal que no se meta en lo político, en lo social, en lo militar, en las decisiones de los hombres.
Jesús contestó: “Tu lo dices: soy rey. Yo para eso he nacido y para eso he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.
La verdad es valor y referente de la vida y del actuar. Jesús, al venir en la historia humana, revela la verdad de su ser y de la vida humana, percepción distinta a la que la reflexión humana logra entender y plantea construir, un humanismo que no empieza ni termina en el hombre, sino que empieza y se realiza en Dios que es Padre y, por lo mismo, plantea la construcción de una realidad humana de fraternidad en justicia y en amor.




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