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FOTOS DEL ENCUENTRO POS-NOVICIOS CCA

ESTIMADOS HERMANOS EN ESTE LIK PUEDE VER LAS FOTOS DEL ENCUENTRO DE POS NOVICIOS DE LA CCA SANTA CRUZ BOLIVIA

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ABRAZOS DESDE LA BELLA CIUDAD DE SANTA CRUZ- BOLIVIA

En este día, deseo darle gracais a Dios por todos los bienes que me ha concedido.

El día de ayer13 de julio salimos desde el aeropuerto "Mariscal Sucre" de la ciudad de Quito Ecuador a la 18:40 hacia la ciudad de San Cruz Bolivia, haciendo escala en la ciudad de Lima-Perú, donde nos encontramos con doce hermanos de Venezuela que tambien se dirijian al Primer encuentro de Post-novicios de la CCA.

El arribo a la ciudad de Santa Cruz fue a las 01:55 de la mañana, llenos de alegría saliamos del aeropuerto sabiendo que un  hermano nos esperaba.

Llegamos a la fraternidad "San Pio de Pietrelcina" a las 03:30 de la mañana, con gran alegría nos acogieron los hermanos de la fraternidad que gustosos nos ofriecieron enseguida algo de beber antes de irnos a descansar.


Gracias Señor por el regalo de la fraternidad.

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CANCIÓN DE CUNA

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EL AMOR A DIOS Y EL AMOR AL PRÓJIMO

EL AMOR A DIOS Y EL AMOR AL PRÓJIMO
SS. Juan Pablo II
1. «Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Jn 4, 20-21).
La virtud teologal de la caridad, de la que hablamos en la catequesis anterior, se expresa en dos direcciones: hacia Dios y hacia el prójimo. En ambos aspectos es fruto del dinamismo de la vida de la Trinidad en nuestro interior.
En efecto, la caridad tiene su fuente en el Padre, se revela plenamente en la Pascua del Hijo, Crucificado y Resucitado, y es infundida en nosotros por el Espíritu Santo. En ella Dios nos hace partícipes de su mismo Amor.
Quien ama de verdad con el amor de Dios, amará también al hermano como Él lo ama. Aquí radica la gran novedad del cristianismo: no puede amar a Dios quien no ama a sus hermanos, creando con ellos una íntima y perseverante comunión de amor.
2. La enseñanza de la sagrada Escritura a este respecto es inequívoca. El amor a los semejantes es recomendado ya a los israelitas: «No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19, 18). Aunque este mandamiento en un primer momento parece restringido únicamente a los israelitas, progresivamente se entiende en sentido cada vez más amplio, incluyendo a los extranjeros que habitan en medio de ellos, como recuerdo de que Israel también fue extranjero en tierra de Egipto (cf. Lv 19, 34; Dt 10, 19).
En el Nuevo Testamento este amor es ordenado en un sentido claramente universal: supone un concepto de prójimo que no tiene fronteras (cf. Lc 10, 29-37) y se extiende incluso a los enemigos (cf. Mt 5, 43-47). Es importante notar que el amor al prójimo se considera imitación y prolongación de la bondad misericordiosa del Padre celestial, que provee a las necesidades de todos y no hace distinción de personas (cf. Mt 5, 45). En cualquier caso, permanece vinculado al amor a Dios, pues los dos mandamientos del amor constituyen la síntesis y el culmen de la Ley y de los Profetas (cf. Mt 22, 40). Sólo quien practica ambos mandamientos, está cerca del reino de Dios, como dice Jesús respondiendo al escriba que le había hecho la pregunta (cf. Mc 12, 28-34).
3. Siguiendo este itinerario, que vincula el amor al prójimo con el amor a Dios, y a ambos con la vida de Dios en nosotros, es fácil comprender porqué el Nuevo Testamento presenta el amor como fruto del Espíritu, es más, como el primero entre los muchos dones enumerados por san Pablo en la carta a los Gálatas: «el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5, 22-23).
La tradición teológica ha distinguido las virtudes teologales, los dones y los frutos del Espíritu Santo, aunque los ha puesto en correlación (cf. Catecismo de la Iglesia católica, nn. 1830-1832). Mientras las virtudes son cualidades permanentes conferidas a la criatura con vistas a las obras sobrenaturales que debe realizar y los dones perfeccionan tanto las virtudes teologales como las morales, los frutos del Espíritu son actos virtuosos que la persona realiza con facilidad, de modo habitual y con gusto (cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q. 70, a.1, ad 2). Estas distinciones no se oponen a lo que San Pablo afirma cuando habla en singular de fruto del Espíritu. En efecto, el Apóstol quiere indicar que el fruto por excelencia es la caridad divina, el alma de todo acto virtuoso. De la misma forma que la luz del sol se expresa en una variada gama de colores, así la caridad se manifiesta en múltiples frutos del Espíritu.
4. En este sentido, la carta a los Colosenses dice: «Por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección» (Col 3, 14). El himno a la caridad, contenido en la primera carta a los Corintios (cf. 1 Co 13) celebra este primado de la caridad sobre todos los demás dones (cf. 1 Co 13, 1-3), incluso sobre la fe y la esperanza (cf. 1 Co 13, 13). En efecto, el Apóstol afirma: «La caridad no acaba nunca» (1 Co 13, 8).
El amor al prójimo tiene una connotación cristológica, dado que debe adecuarse al don que Cristo ha hecho de su vida: «En esto hemos conocido lo que es amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3, 16). Ese mandamiento, al tener como medida el amor de Cristo, puede llamarse «nuevo» y permite reconocer a los verdaderos discípulos: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13, 34-35). El significado cristológico del amor al prójimo resplandecerá en la segunda venida de Cristo. Precisamente entonces se constatará que la medida para juzgar la adhesión a Cristo es precisamente el ejercicio diario y visible de la caridad hacia los hermanos más necesitados: «Tuve hambre y me disteis de comer...» (cf. Mt 25, 31-46).
Sólo quien se interesa por el prójimo y sus necesidades muestra concretamente su amor a Jesús. Si se cierra o permanece indiferente al «otro», se cierra al Espíritu Santo, se olvida de Cristo y niega el amor universal del Padre.

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3 de julio – Santo Tomás, Apóstol


3 de julio – Santo Tomás, Apóstol
La Palabra de Dios
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo." A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: "Paz a vosotros." Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente." Contestó Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto." (Juan 20:24-29).
1.      Hoy celebramos la fiesta de Santo Tomás, y el evangelio nos cuenta el encuentro de Jesús resucitado con el apóstol Tomás, que quería ver para creer. Para entender este evangelio de hoy hemos de recordar que San Juan, unos versículos antes, dice que los discípulos estaban reunidos, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. El Maestro había sido crucificado y muerto. Estaban asustados y desanimados. ¿Qué va a ser de ellos? –piensan-. Y de pronto, Jesús se les presenta en medio y los saluda: “Paz a vosotros.” Este saludo les llena de alegría y resucita su esperanza. ¡El Señor vive! Pueden seguir soñando y esperando el mundo de amor que les ha anunciado... Muchas veces, Señor, también nosotros, ante las dificultades que encontramos para vivir nuestra fe, nos asustamos y desanimamos… Cuando nos veas así, hazte presente en medio de nosotros y haznos ver que vives, que estás con nosotros.  Y danos la Paz que devuelva la esperanza y el entusiasmo a nuestros corazones.

2.      Tomás no estaba cuando Jesús se apareció a los discípulos. Y cuando los discípulos le cuentan que han visto al Señor, él, escéptico,  se niega a creer y pone como condición para hacerlo, no sólo ver, sino tocar: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo." ¡Tan hondamente decepcionado estaba, el pobre! El no quiere creer “de oídas; él quiere comprobar las señales de los clavos en el cuerpo de Jesús... ¿No se nos mete también, a veces, la duda en el corazón? Pensamos: “Sí, los evangelios dicen, la Iglesia enseña, los santos cuentan, pero...“  Y es que, Señor, nos da miedo creer, porque creer es arriesgado y compromete? “No se cree en vano”, ha dicho alguien. Creer supone aceptar a Dios en nuestra vida personal, familiar, moral, social, de negocios..., y cambiar muchas cosas en nuestra vida. Y eso ¡asusta mucho!... Y pedimos pruebas y pruebas para creer.  ¡Qué poco sinceros somos, Señor, qué desconfiados! ¡Perdónanos!

3.      Jesús, bondadosamente, diríamos que aceptó el reto de Tomás: a los ocho días se presentó de nuevo, y después de darles la Paz, se dirige directamente a Tomás y lo invita: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente." Y aquí la testarudez, el escepticismo y la desconfianza de Tomás se rompieron, y de su corazón brotó esa hermosa, humilde y profunda confesión de fe, que repetimos en muchos momentos los cristianos: “¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le responde con bondad: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto." Aquí, Señor, quiero estar yo, entre esos que declaras dichosos porque creen sin haber visto. Un día en el cielo espero “ver y tocar”, pero antes, desde ya -sin ver ni tocar- quiero creer que vives y me amas y estás con nosotros, con la fe firme y generosa con la que, desde hace dos mil años, han creído -sin haber visto-  tantos hombres y mujeres lo que les han contado los que sí vieron… Santo Tomás, a ti te costó creer, pero cuando creíste fuiste fiel al Señor, hasta dar la vida por tu fe. Hoy, en día de tu fiesta,  te pedimos que ruegues por nosotros, para que seamos fieles a nuestra fe.

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Cántico de las Criaturas - San Francisco de Asís

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Reflexión Domingo 13º del Tiempo Ordinario (B)


1.       La palabra de Dios

En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: -Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva. Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: -Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro? Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: -No temas; basta que tengas fe. No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: -¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida. Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar -tenía doce años-. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña. (San Marcos 5,21-43).
  1.  “Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: -Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.” Hoy es Jairo, el jefe de la sinagoga, el que sufre porque su hija está a punto de morir y ruega a Jesús que la cure.  Jesús lo acoge y se va con él.  Pero alguien  avisa a Jairo que su hija ha muerto y no vale la pena molestar a Jesú. Al oírlo, éste lo anima: "No temas; basta que tengas fe." Esta es la medicina: tener fe. Confiar en  el amor y el poder del Señor. ¡Cuántas veces,  Señor, te he pedido que me libres de todas mis esclavitudes, de mis miedos a decirte que sí, de mis pecados! Cuando me pregunto por qué sigo igual, en mi corazón escucho la respuesta: “basta que tengas fe.” Es donde fallo, Señor: no termino de creer en ti, de fiarme de ti. Por eso, hoy  te ruego con toda humildad y de todo corazón que  venzas mi incredulidad, mi desconfianza. Que me fíe de ti, Señor.

  1. “Llegaron a casa, entró y les dijo: -¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida. Se reían de él”. Y es que para Jesús la muerte es un fenómeno transitorio, como el sueño. Pero los que lo oyeron, se ríen. Ellos no tienen fe, no confían en Jesús, como confía Jairo.  ¡Cuántos hay, Señor, así! Escuchan tu palabra de vida y les causa risa. Y siguen escépticos,  sin esperanza, en su sufrimiento y en su llanto. Hoy, Señor, te ruego por ellos. Dales la fe, Señor. Que te reconozcan a ti como Señor de la Vida. Que conozcan la fuerza sanadora y liberadora de tu amor.

3.      "Talitha qumi" (que significa: "Contigo hablo, niña, levántate"). Jesús entra en casa, toma a la niña de la mano, y la llama: "Contigo hablo, niña, levántate.”  Y su palabra y tacto vencen a la muerte. La niña se puso en pie y comenzó a caminar.  Esta muchacha  devuelta a la vida y a la libertad, es imagen de lo que acontece en quienes se acercan a Jesús con fe: son resucitados, liberados, transformados.  Los enfermos, libres de la enfermedad; los avaros, libres de su afán de riqueza y del egoísmo que no le deja compartir; los pecadores, libres de sus pecados… Señor, ¡cuántas veces me siento como muerto,  desanimado, sin fuerzas para seguir caminando por tus caminos de amor!  Cuando me veas así, Señor, acércate a mí, tómame de la mano y di con autoridad: “Contigo hablo, levántate.” Que, si tú lo dices, sé que  podré ponerme en pie y comenzar a caminar de nuevo.

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