Domingo de Ramos en la
Pasión del Señor (C)
Preparación
Señor, aquí estoy delante de ti.
Ayúdame a tomar conciencia viva de que
tú estás conmigo siempre. Esté donde
esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de
oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo,
que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras.
Amén.
Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar
de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no
prosigas.
1. La
palabra de Dios
En
aquel tiempo, Jesús iba hacia Jerusalén, marchando a la cabeza. Al acercarse a
Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos
diciéndoles: -Id a la aldea de enfrente: al entrar
encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y
traedlo. Y si alguien os pregunta: «¿Por qué lo desatáis?», contestadle: «El
Señor lo necesita.» Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban
el borrico, los dueños les preguntaron: -¿Por qué desatáis el borrico? Ellos contestaron:
-El Señor lo
necesita. Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos, y le ayudaron a montar.
Según iba
avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos. Y cuando se acercaba
ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados,
se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los milagros que habían visto, diciendo:
-¡Bendito el
que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto.
Algunos fariseos
de entre la gente le dijeron: -Maestro, reprende a tus discípulos. El replicó:
-Os digo,
que si éstos callan, gritarán las piedras.( Lucas 19,28-40)
1. Comenzamos la
Semana de Pasión. Un año más vamos a contemplar cómo Cristo muere en la cruz
por nosotros. Pero su muerte en el Calvario sabemos que no es una derrota, sino
el triunfo más rotundo y definitivo sobre los poderes del mal y del pecado. El
Señor muere para salvarnos, para arrancarnos del domino del pecado. Esto es lo
que celebramos, recordamos y vivimos en esta semana: la pasión, muerte y resurrección de Cristo, los
acontecimientos que nos dieron nueva vida, la vida eterna. Señor, en estos días santos nosotros queremos
acompañarte. Queremos unirnos a ti en de
la oración, en las celebraciones de la liturgia, pero especialmente en la caridad,
pensando más en los demás que en nosotros mismos, siendo más generosos, más comprensivos, más
tolerantes. Que esta semana, Señor, sea en verdad santa para nosotros.
2. Y como pórtico
de la Semana Santa está el Domingo de Ramos,
la celebración de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Entrada de rey pacífico,
humilde y manso. Entra el Señor montado en un borrico, aclamado por gente
sencilla del pueblo, por los discípulos y unos niños. Ellos le aclaman con
gritos de júbilo: “¡Hosanna al Hijo de
David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”
Y agitan palmas y ramos de olivo, símbolos de la paz. Porque ése es
Jesús: el rey de la paz y del amor. Como dice san Andrés de Creta: “Él viene, pero no como
quien toma posesión de su gloria, con fasto y ostentación. No gritará —dice la
Escritura—, no clamará, no voceará por las calles, sino que será manso y
humilde, con apariencia insignificante, aunque le ha sido preparada una entrada
suntuosa. Corramos, pues, con él que se dirige con presteza a la Pasión, e
imitemos a los que salían a su encuentro. no para extender por el suelo, a su paso,
ramos de olivo, vestiduras y palmas, sino para derramarnos nosotros mismos...”
Eso es lo que queremos hacer en este día, Señor, “derramarnos” nosotros mismos,
entregarnos a ti, y acoger la oferta de paz y amor que nos haces. ».
3. En la
Eucaristía de hoy, después de bendecir los ramos y revivir la entrada triunfal
de Jesús en Jerusalén, se proclama la Pasión. En ella contemplamos cómo al que acabamos
de aclamar rey, es torturado y llevado a
la muerte en cruz. De la aclamación, a la condena. No cabe duda
que muchos de los que le aclamaron el domingo, el viernes gritaron contra él y
pidieron su condena. Así de inconstantes somos. ¡Con qué facilidad pasamos del
fervor a la frialdad y la indiferencia, del Domingo de Ramos al Viernes Santo!
Un rato de fervor en la oración o en la eucaristía, y somos capaces de todo:
“Señor, tú lo eres todo para mí”; pero
llega la rutina de cada día o la dificultad, y nos olvidamos y le damos la espalda. Perdona , Señor, tanta
inconstancia. Tú , Jesús, dijiste sí al Padre y lo mantuviste hasta la cruz. Por eso el Padre
te resucitó. Que nosotros permanezcamos siempre en tu amor y en tu alabanza.
Que seas para siempre nuestro Rey y Señor.
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