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25 de diciembre Natividad del Señor


25 de diciembre – Natividad del Señor
1.   La palabra de Dios                    
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió…. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.  Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. (Juan 1, 1‑18).

1.      La gran noticia de la Navidad es ésta: Que Dios se ha hecho hombre para que el hombre pueda llegar a ser Dios. Lo dice S. Juan: “A los que le recibieron les ha dado el poder llegar a ser hijos de Dios.” Por eso la Navidad proclama, por una parte, el gran amor de Dios y, por otra,  la gran dignidad del hombre. Nosotros andamos por la vida buscando ser importantes. Y, en nuestro afán, nos construimos pedestales donde nos subirnos: el poder, la riqueza, un cargo, etc. Hoy el Señor, haciéndose uno de nosotros, nos ofrece el ser verdaderamente importantes: ser hijos de Dios, algo que nunca hubiéramos soñado. Este es el gran gozo que nos trae la Navidad: Dios se  hace Niño, se abaja para elevarnos. Se hace pequeño y débil, para hacernos grandes y fuertes. ¡Qué inmenso amor el del Señor! ¿Cómo no caer de rodillas y quedar arrobados ante este misterio de su amor?  Adoremos al Dios-Niño, amémosle, pidámosle que hoy nos gane para su amor.
2.      La tragedia está en que podemos no aceptar la oferta de amor que nos hace el Señor: “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron...” Como los de entonces, muchos siguen teniendo miedo a Dios, aunque se abaje y se haga Niño. Como Herodes, que en aquel niño no vio al Libertador, sino al posible  usurpador de su poder.  Así hay muchos hoy que sólo ven en él al destructor de la felicidad que se han construido con no importa qué medios, un coartador de la dignidad del hombre, de la libertad... Y lo triste, Señor, es que nosotros, a veces, participamos de ese modo de pensar. ¡Cuando tú vienes a llenar de sentido nuestra vida, a saciar nuestra sed de amor, de libertad, de eternidad! Soñamos ser grandes, y tú vienes para hacernos hijos de Dios; necesitamos ser amados, y tú te haces ternura acogedora en el Niño de Belén para gritarnos que nos amas, que no tenemos nada qué temer. ¿Te abriremos la puerta hoy y te dejaremos entrar? ¡Qué triste, Señor, si no lo hacemos!
  1. Dios al hacerse hombre, al acampar entre nosotros, se ha hecho nuestro Camino: al hacerse hombre, nos ha hecho hijos de Dios; tenemos, pues,  que vivir como hijos de Dios. Lo nuestro ha de ser contemplar al Hijo para aprender a vivir como él vivió: entregado al Padre y entregado a los hombres, a quienes hemos de mirar y tratar como hijos de Dios: respetándolos, amándolos, sirviéndolos…Juan Pablo II dijo: “Dios se ha compadecido del hombre por medio de Cristo… Por eso al hombre no se le puede destruir. Por eso no se le puede humillar. No podemos pasar de largo delante del Hombre.” La Navidad nos llama a reconocer a Dios en todo hombre, especialmente en los más débiles. Adoremos, pues, a Dios en el Niño que nos nace; pero también acojámoslo y sirvámoslo en esas otras imágenes vivientes que son nuestros hermanos… Gracias, María, la Virgen de Belén, por habernos dado a este Dios-Niño, a este Dios-Ternura. Enséñanos a amarlo como tú lo amabas. Que, como tú, guardemos “estas cosas”, este misterio de amor que nos desborda, meditándolo en el corazón.

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NATIVIDAD DE JESÚS. (NOCHE BUENA)

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24 diciembre


24 diciembre - Adviento
1. La palabra de Dios                    
En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo: "Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.  Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz." (Lucas 1,67-79).

  1. Hoy, víspera de la Navidad, el Evangelio recoge el canto de alabanza de Zacarías, después del nacimiento de su hijo. Zacarías ha experimentado la misericordia y la fuerza del Señor. Y lo bendice. Ante el hijo de su ancianidad, mira la historia de Israel, el pueblo elegido por Iahvé, y la resume en una frase: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo…» Israel era un pueblo pequeño, rodeado por Egipto, Asiria, Babilonia, pueblos más poderosos que él… La amenaza de ocupación era constante, pero Israel sobrevivió. ¿Cómo? El judío, al recordar su historia, sólo encuentra una explicación: ha sido la mano poderosa del Señor, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el que lo ha defendido y lo ha liberado de caer en manos de los enemigos. ¿No es lo que descubrimos también nosotros en nuestra historia personal, cuando miramos atrás? ¡Qué bondad la tuya, Señor, descubro; con qué fuerza has luchado en mi favor en tantas ocasiones! Yo también te canto y te bendigo hoy: ¡Bendito, seas Tú, Señor, porque también a mí me has visitado y redimido y liberado de infinitos peligros!
  2. El canto de Zacarías es una oración profética sobre la venida del Salvador, un Salvador que nos llega como niño débil, indefenso, que nace de una sencilla mujer del pueblo en un establo. Y nace “para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días”. Sí, Señor que te haces niño, ven a liberarnos de tantos temores que siguen habitando en nuestro corazón: temor a ser rechazados y no ser queridos por los demás si no vivimos según lo que se lleva y nos atrevemos a profesar nuestra fe y vivir según las exigencias del Evangelio; temor al fracaso, al sufrimiento, a la enfermedad,  a la muerte… Sobre todo, Señor,  líbranos de los miedos que nos impiden decir sí  a Dios de una manera rotunda, de modo que “le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos los días de nuestra vida”. Ven, Jesús, ven y líbranos de todos esos temores. Ven para elevarnos y hacernos hijos de Dios. Ven y haz  que vivamos siempre con la confianza de hijos que se sienten amados por Dios.
  3. «Hoy sabréis que viene el Señor, y mañana contemplareis su gloria», nos anuncia la liturgia de hoy. El Señor llega  para iluminar la oscuridad de nuestras vidas, para levantarnos de las sombras de la muerte. Zacarías proféticamente anuncia lo que va a empezar a suceder a partir de esta noche: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz." Tú, Dios nuestro, nos visitas y nos redimes; comienzas a vivir como uno más entre nosotros, para enseñarnos el camino que debemos seguir para ser felices ahora y siempre. Jesús, Niño que llegas, que nos preparemos para recibirte; que nos dejemos iluminar por tu luz, y así tu gloria se manifestará al mundo por medio de nosotros.
    • Apresúrate, Señor Jesús, y no tardes, para que tu venida consuele y fortalezca a los que esperan todo de tu amor. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén (Oración de la misa).

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ABRAZOS

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FELIZ NAVIDAD

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Domingo 4º de Adviento (C)


Domingo 4º de Adviento (C)
1.    La palabra de Dios
Así dice el Señor: «Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. En pie, pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra paz. (Miqueas, 5,1-4a).
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito.- «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.  (Lucas 1, 39-45)
1.      Hoy, a las puertas ya de la Navidad, contemplamos de nuevo  a María, la Madre. Una Madre que espera. Imaginemos cómo sería la espera de la Virgen...  ¡Cómo oraría María! ¡Con qué gozo y fervoroso deseo suspiraría por la llegada del Deseado de las naciones, que llevaba en su seno, el que “será grande, y se llamará Hijo del Altísimo”, como le anunció el ángel! ¡Cómo se prepararía ella y prepararía todo para recibirle! Nosotros también lo esperamos. ¿Cómo es nuestra espera, cómo nos estamos preparando para su llegada? ¿Oramos lo bastante, lo deseamos profundamente, pedimos que venga? Roguemos a la Madre, a la Maestra de la espera y Madre de la Esperanza que nos enseñe a esperar al Señor, a pedirlo, a prepararnos para acogerle.
2.      El Mesías que esperamos será nuestra Paz, y pastoreará con la fuerza del Señor, como profetiza Miqueas, en la 1ª lectura. El será el pastor que convocará a todos para conducirnos a la paz. Pero la paz sólo es posible, si se destierra el orgullo, el egoísmo, el afán de dominar y ser y tener más que los otros. El modo, pues, de preparar la venida del Señor a nosotros, a nuestros hogares y a nuestro mundo, será eliminar todo lo que impida la paz, abriéndonos al amor y al servicio. En el evangelio volvemos a escuchar la alabanza de Isabel a María: “dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.” María es “la Creyente”, la que ha creído.  Es la Madre del que viene a salvarnos, porque creyó que el Espíritu Santo era capaz de hacer fecundo su seno, aunque no conocía varón. Pidámosle hoy que nos enseñe a nosotros a creer que el Espíritu Santo es también capaz de fecundar estas vidas nuestras pobres y estériles, sin amor, para que en ellas amanezca cada día más Jesús, el Salvador,  y lo podamos mostrar a este mundo nuestro que tanto lo necesita.
  1. Se habla mucho de que se está perdiendo el sentido religioso de la Navidad. Efectivamente, son muchos los que la reducen a unas fiestas paganas… En la Navidad se dicen palabras muy hermosas: Paz, Amor, Alegría, Solidaridad...; pero apenas se pasa de las palabras: casi todo se queda en consumismo y despilfarro y alegría “de hojarasca”, sin contenido. Frente a esto, los cristianos hemos de recobrar el sentido hondo de la Navidad: Dios nos nace y viene a salvarnos, a hermanarnos a todos. Para ello nos preparamos. Vivamos estos días últimos de Adviento con los sentimientos de la Madre: Abrámonos cada vez más al Amor, tengamos un corazón agradecido ante el misterio del Dios-Amor  que nos llega en Jesús. Y, como hace María, que, después de haber acogido el mensaje del ángel, se pone en camino para ponerse al servicio de Isabel, llevando en su seno al Hijo de Dios; así nosotros, llenos de Dios, pongámonos en camino hacia los que nos necesitan… ¡Hay tántos con las manos tendidas, esperando que se las agarremos y los saquemos del sufrimiento, de la pobreza, de la soledad…!  El que se prepara para celebrar la Navidad de un Dios que se ha encarnado, no puede quedarse indiferente ante la necesidad del hermano. ¿Nos quedaremos nosotros? … ¡Ojalá la Navidad no se nos escape!

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Domingo 3º de Adviento (C)

Domingo 3º de Adviento (C)
1.       La palabra de Dios
Alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás.  El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.» (Sofonías (3,14-18a)
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: - « ¿Entonces, qué hacemos?» Él contestó: - «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.» Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: - «Maestro, ¿qué hacemos nosotros?» Él les contestó: - «No exijáis más de lo establecido.» Unos militares le preguntaron: -«¿Qué hacemos nosotros?» Él les contestó: - «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga.» El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: - «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.» Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio. (Lucas 3, 10-18)

1.      Hoy, tercer domingo de Adviento, la liturgia nos llama a la alegría: “Estad siempre alegres en el Señor: os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca.” (2ª lect.) Y la alegría a la que nos llama no es una alegría huera, sin motivo, como a la que llaman, en estos días,  tantos anuncios de aquí y de allá. Es una  alegría fundamentada en Jesús, el Salvador, que viene, que llega: “Alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. El se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta?” (1ª lect.) Tal vez nuestra situación personal, la de nuestras familias y de la sociedad en que vivimos nos sea agobiante, como lo era para el pueblo de Israel y para la comunidad de Filopos. Pero, como a ellos, hoy nos llega esta palabra de esperanza y alegría. El Señor viene. El se hace el Dios-con-nosotros para nosotros. Y él es más fuerte que todos los males que nos agobian. Y que nuestros pecados y esclavitudes. Por eso, ¿cómo no alegrarnos, escuchando la Palabra de Sofonías y de Pablo hoy?...   Sí, Señor, hoy quiero abrir mi corazón a la esperanza gozosa de tu visita, de tu salvación. Y quiero contagiarla a los que me rodean y se encuentren conmigo.

2.      En el evangelio nos encontramos con Juan Bautista, que pide que cada uno dé los frutos que pide la conversión, y la gente le pregunta: “¿Entonces, qué hacemos?” Por tres veces aparece esta pregunta en el evangelio, dirigida al Bautista. Pregunta que hoy debemos hacernos nosotros. El Señor llega, está cerca... ¿Qué hemos de hacer para encontrarnos con él,  para recibirle? El Bautista a la gente que le preguntaba no pedía cosas extraordinarias, sino cosas sencillas y concretas de su vida: compartir lo que tienen con los que nada tienen, y ayudar a los demás, ser honrados y justos, hacer bien lo que cada uno tiene que hacer, ser comprensivos y respetuosos, no manipular ni explotar ni aprovecharse de nadie, y menos de los más débiles. Es lo que nos pide a nosotros hoy: abrir caminos de justicia, de misericordia y de respeto de los hermanos. Que ni el egoísmo ni la avaricia ni el deseo de tener más y más guíen nuestras acciones, sino que nos abramos al amor. Porque el Dios que viene es un Dios de amor. Y el camino hacia Dios pasa por el hermano. ¿Lo estamos haciendo así? ¿Va por estos derroteros nuestra preparación para la Navidad? Señor, que no equivoque el camino, que hoy escuche tu llamada.

3.      Señor, en esta sociedad materialista y descreída, son muchos los que no preparan la Navidad. Sólo piensan en preparar las vacaciones, los regalos, las juergas, el despilfarro. Nosotros, Señor, queremos preparar tu Navidad, tu Nacimiento. Queremos celebrar con gozo que tú te haces el Dios-con-nosotros. Y abrirte el corazón para que “nazcas” un poco más en nosotros. Señor, que vea claro de qué tengo que vaciar mi corazón para que tú puedas entrar en él. Ven,  Señor, y entra en esas parcelas de mi vida donde hasta ahora no te he dejado entrar. Y tú, María, Madre de la espera: enséñanos a esperar y recibir al Salvador con las mismas actitudes con que tú le esperabas y le recibiste.



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SALINAS BOLIVAR

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Sábado de la 2ª semana de Adviento


Sábado de la 2ª semana de Adviento

2.       La palabra de Dios
Surgió Elías, un profeta como un fuego, cuyas palabras eran horno encendido. ¡Qué terrible eras, Elías!; ¿quién se te compara en gloria? Un torbellino te arrebató a la altura; tropeles de fuego, hacia el cielo. Está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel. (Eclesiástico 48,1-4.9-11)
Cuando bajaban de la montaña, los discípulos preguntaron a Jesús: "¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?" Él les contestó: "Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos." Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan, el Bautista. (Mateo 17,10-13).
  1. Los judíos esperaban la vuelta de Elías que prepararía la venida del Mesías. Como esto no había ocurrido, muchos decían que Jesús no podía ser el Mesías. Bajando del Tabor, los discípulos preguntan a Jesús sobre ello. Y Jesús responde: “Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo.” Ellos comprendieron que se refería a Juan Bautista, cuyas llamadas a la conversión y a preparar los caminos del Mesías habían despreciado los jefes judíos, y a quien Herodes había mandado matar por denunciar su vida de pecado. Esto mismo les dice Jesús que van a hacer con él: “Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos.” Y todo, Señor, porque ni los planes del Bautista ni los tuyos coincidían con sus planes, con las expectativas que se habían forjado de un Mesías político y poderoso. Porque ni Juan ni tú habíais irrumpido en el mundo con fuerza avasalladora y triunfal, sino de una manera humilde y pacífica; predicando, no la revolución violenta, sino un reino de amor, de paz, de misericordia y fraternidad.

  1. Como siempre. ¡Cuánto nos cuesta aceptar los planes de Dios, si chocan con los nuestros! ¡Cuánto nos cuesta reconocer al Señor cuando no llega según nosotros esperamos y creemos que debe venir! Por ejemplo, el testimonio de gente normal, sencilla, que nos muestran –con su palabra y sus vidas- que es posible vivir los valores del evangelio y de las Bien-aventuranzas. Pero nosotros no queremos verlo. Y preferimos continuar con nuestra vida cristiana mediocre y rutinaria. Y es que, como meditábamos ayer, nos damos buena maña para encontrar razones “razonables” para no atender las  llamadas de Dios a la conversión que nos llegan de mil partes. Y es que, Señor, somos duros de mollera y de corazón... Perdónanos. Ten paciencia con nosotros, como la tuviste con los discípulos, tan duros de cerviz también. Danos, en abundancia, la gracia que reblandezca nuestro corazón.

  1. Se acerca la Navidad. Tú vienes, Señor, a nuestro encuentro. Danos unos ojos nuevos, que miren sin miedos ni prejuicios, y descubran tus venidas; y ábrenos los oídos para  que reconozcamos tu voz amorosa que  nos llama a convertirnos. En estos días Adviento ¡qué abundantes son tus llamadas, Señor! Pero ¿estoy respondiendo?; ¿estoy preparando los caminos para tu venida a mi vida? Que no tema que, con tu venida, me quites nada. Que vea claro que vienes a llenar de sentido mi vida, a darme la libertad que me falta y anhelo. Que sepa, Señor, discernir los signos y los “precursores” anunciadores de tu venida. Que, como ruega la liturgia de hoy, te deje amanecer en mi vida: “Dios todopoderoso, que amanezca en nuestros corazones el resplandor de tu gloria, Cristo, tu Hijo, para que su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz. (Colecta de la misa).

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+++ADVIENTO. DESCUBRENOS LA ALEGRIA (Ya)

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El silencio de María


Viernes 2ª semana de Adviento
2. La palabra de Dios                    
Así dice el Señor, tu redentor, el Santo de Israel: “Yo el  Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues. Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar…” (Isaías 48, 17-18).                    

En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: « ¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras».( Mt 11,16-19).

  1. No es raro que a veces nos sintamos mal, descontentos de nosotros mismos y de los demás, insatisfechos de nuestra vida... Y nos preguntamos por qué. También Israel en el destierro se encontraba así. Por medio de Isaías el Señor le echa en cara su infidelidad y le recuerda lo que se ha perdido por ello: “Yo el  Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues. Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar…” Este es el problema: que no escuchamos a Dios, que quiere orientar nuestro caminar, y escogemos seguir nuestro propio camino frente al de Dios. Y nuestro camino no desemboca en la paz, en la serenidad profunda, en la alegría y el gozo interior, en la justicia y solidaridad, sino en la insatisfacción y en la discordia e injusticia. A esto sólo conducen los caminos de Dios. En este Adviento, Señor, me llamas y me pides que te escuche, por fin, y siga tus caminos. Que prepare tu venida. Que despierte del sueño y te acoja y siga tus caminos. Señor, que atienda tus llamadas.

  1. ¿Con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos...” Los del tiempo de Jesús eran como los niños de la parábola, que no se ponen de acuerdo a qué jugar. Unos prefieren jugar a funerales y lamentarse y llorar, mientras que a otros les resulta muy triste y escogen jugar a bodas. Así dice Jesús que son los importantes de aquel tiempo: primero desoyeron el mensaje de Juan el Bautista y después  el de Jesús. Los dos llamaban a la conversión del corazón, a cambiar de rumbo en sus vidas. Pero ese mensaje les estorbaba y no querían escucharlo. Y se justificaban, diciendo que Juan -que ni comía ni bebía y era muy austero- estaba poseído de un demonio. Y de Jesús -que comía y bebía y se comportaba como uno más-, decían que era un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores. Para ellos todo es motivo para no convertirse, y justificación para rechazarlos: a uno por más, a otro por menos…  Y yo, Señor, ¿no hago lo mismo? ¡Cuántas excusas pongo para escabullirme y no escuchar tus llamadas a convertirme, a orar más, a servir y ayudar más a los otros…! Por ejemplo, en este Adviento, ¿tras de qué excusas me estoy escondiendo para no acoger tus llamadas, para no comprometerme contigo? “¡Ven, Señor!” – te pido-,  pero ¿estoy dispuesto a recibirte?
  2. Los de su tiempo se negaban a aceptar el mensaje de Jesús y a creer que era el Enviado del Padre, porque era “demasiado como los demás”: andaba con los publicanos y pecadores. Yo, por el contrario, Señor,  te doy gracias y me alegro precisamente porque te has hecho uno de nosotros, tan cercano, tan como los demás que no rehúyes la compañía de los más débiles y pecadores.  ¿Qué hubiera sido de nosotros, si sólo buscaras a los sabios, importantes y buenos? Pero has preferido a los débiles y pecadores… ¡Qué maravilloso, Señor, saberte acompañándonos siempre, mezclándote con nosotros en nuestros trabajos de cada día, en nuestras penas y gozos, y en la rutina de nuestras vidas! Que en todo experimentemos tu compañía, Señor. Y que te veamos, te acojamos y te amemos en cada hermano que se nos acerca, sobre todo en los más pobres. Señor, que este Adviento no sea “un Adviento más” en mi vida. 

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DOMINGO 2º DE aDVIENTO (C)


Domingo 2º de Adviento (C)
 La palabra de Dios
Levántate, Jerusalén, sube a la altura, tiende tu vista hacia el Oriente y ve a tus hijos reunidos desde oriente a occidente, a la voz del Santo, alegres del recuerdo de Dios. Salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los devuelve traídos gloria, como un trono real. Porque ha ordenado Dios que sean rebajados todo monte elevado y los collados eternos, y colmados los valles hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro bajo la gloria de Dios. Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con la misericordia y la justicia. (Baruc 5,1-9):.
En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.» (Lucas 3, 1-6)
  1. El adviento no es simple preparación para una conmemoración: que un día el Señor vino al mundo en Belén. Es mucho más. Y hemos de desear que lo sea así para cada uno de nosotros. Adviento es celebración de algo que acontece ahora: que hoy el Señor viene a salvarnos, que el Padre sigue amándonos, que no se ha olvidado de nosotros, y, por eso, prepara para nosotros caminos de liberación. El profeta Baruc llamaba a la alegría y a la esperanza al pueblo que vivía en el destierro suspirando por volver a Jerusalén: “Levántate, Jerusalén, sube a la altura, tiende tu vista hacia el Oriente y ve a tus hijos reunidos desde oriente a occidente, a la voz del Santo, alegres del recuerdo de Dios. Salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los devuelve traídos con gloria, como un trono real.Pues, como en tiempos antiguos Dios se mostró fuerte con el viejo Israel y lo liberó, así también, en nuestro “hoy”, se va a mostrar fuerte con nosotros. El está viniendo para liberarnos, para quebrar cadenas de esclavitud y abrir caminos de gracia y de amor para nosotros, que anhelamos ser libres. Este el anuncio que la liturgia nos repite una y otra vez  en este tiempo. Señor, que este anuncio penetre hondamente en mi corazón y avive en mi el gozo y la esperanza.
  1. La salvación se nos ofrece como don gratuito. Pero ese don hemos de aceptarlo, acogerlo, querer recibirlo. Es decir, tenemos que convertirnos, abrir las puertas al que trae la salvación,dejarnos salvar. A ello nos llama Juan Bautista cuando nos pide: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale”.  ¡Cuánto estorbo que frena la venida del Señor hay en nuestra vida! Ahí está el valle hondo de la apatía espiritual y de la vida cómoda que nos hemos construido;  y el monte del egoísmo y la soberbia y el orgullo sobre los que nos hemos encaramado y que nos hacen sentirnos por encima del hermano, a quien, a veces ni respetamos ni sirvamos ni perdonemos; y los caminos torcidos de la avaricia y la injusticia y la explotación de los débiles…. Todos son, Señor, obstáculos a tu salvación, que me pides que remueva. Pero, Señor, ¿cómo removerlos, si tú no me ayudas? Ayúdame. Que este adviento sea para mí tiempo de conversión. Sólo así “veré  la salvación de Dios”, que viene contigo.  
  1. San Pablo, en la 2ª lectura, anunciaba a los filipenses que “el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús. Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, llenos de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios.” Señor, yo también deseo y espero que, por tu bondad y misericordia,  llevarás adelante la buena obra que un día  empezaste en mí, hasta que vengas. Madre mía, María, Divina Pastora de las almas, ruega al Señor para que así sea. Que este adviento sea para mí tiempo de salvación.

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Fiesta de la Inmaculada Concepción


8 de diciembre – Fiesta de la Inmaculada Concepción
La palabra de Dios
 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. ( Efesios 1, 3-6)
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: «No temas, Marta, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios te dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?" El ángel te contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.» María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la dejó el ángel. (Lc 1,28-38).) 
1.      Estamos celebrando el Adviento. La  liturgia nos está invitando a la esperanza: a desear y esperar la salvación, la liberación, al tiempo que nos anuncia con gozo que el Señor viene para traernos la liberación que necesitamos y deseamos, y nos anima a abrirle las puertas y dejarle entrar en esos rincones de nuestra vida donde aún no le hemos dejado entrar. Y, en medio de este tiempo de espera, aparece la fiesta de la Inmaculada, porque la Virgen es el modelo de cómo esperar y acoger al Señor. Por eso, esta fiesta es como un grito de ánimo que aviva nuestra esperanza de liberación. Porque en María vemos cumplidas ya esa esperanza: lo que se nos anuncia y esperamos y deseamos lo ha realizado ya Dios en esta mujer de nuestra raza, que ha sido tan amada por él que, desde el primer momento de su concepción, fue totalmente liberada de la esclavitud del pecado por los méritos de Cristo, el Libertador que esperamos. ¡Qué gozo, Madre, mirarte y contemplarte como la totalmente liberada por Dios! Ruega por nosotros, que somos pecadores, esclavos aún del pecado.

  1. María es imagen de la Iglesia, la comunidad de los que creemos en Jesús. Lo que Dios ha realizado en María es lo que proyecta realizar en cada uno de nosotros, que somos miembros de la Iglesia. El Evangelio nos la presenta hoy diciendo sí a Dios, acogiendo la Palabra de Dios y aceptando que se encarne en ella y que así la salvación entre en el mundo por su medio. Al decir sí a Dios,  María nos hizo cercano al Hijo de Dios, hizo posible al “Emmanuel”, al “Dios-con-nosotros” de la Navidad.  A eso nos invita el Señor hoy, y esto nos enseña María, como dijo  Juan Pablo II: “La Madre de Cristo nos enseña a reconocer el tiempo de Dios, el momento favorable en el que pasa por nuestras vidas y pide una respuesta disponible y generosa... El Verbo que ha puesto su morada en el seno de María, viene a tocar el corazón de cada hombre con singular intensidad en la próxima Navidad… A cada uno le corresponde responder, como María, con un «sí» personal y sincero, abriendo a su vez el espacio de la propia existencia al amor de Dios."

  1. Nuestra vocación, como la de María, es vocación de limpieza, de libertad, de santidad. San Pablo nos recuerdo el proyecto de Dios sobre nosotros: "El nos eligió en la Persona de Cristo -antes de crear el mundo- para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. "(2ª lect.) Este proyecto lo ha realizado ya en ti, María. Por eso hoy lo celebramos y nos alegramos contigo. Y, en  tu fiesta,  te pido que me ayudes a vivir la fe y la confianza en Dios como la viviste tú. Que me ponga a disposición de Dios como tú, para que la Palabra de Dios se “encarne” en mí,  para cumplir mi misión de cristiano que es hacer presente a Cristo entre los hombres,  reflejando en mi vida su vida, y así  mostrarlo y hacerlo visible al mundo hoy, como tú un día en Belén.

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