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Sábado de la 2ª semana de Adviento


Sábado de la 2ª semana de Adviento

2.       La palabra de Dios
Surgió Elías, un profeta como un fuego, cuyas palabras eran horno encendido. ¡Qué terrible eras, Elías!; ¿quién se te compara en gloria? Un torbellino te arrebató a la altura; tropeles de fuego, hacia el cielo. Está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel. (Eclesiástico 48,1-4.9-11)
Cuando bajaban de la montaña, los discípulos preguntaron a Jesús: "¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?" Él les contestó: "Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos." Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan, el Bautista. (Mateo 17,10-13).
  1. Los judíos esperaban la vuelta de Elías que prepararía la venida del Mesías. Como esto no había ocurrido, muchos decían que Jesús no podía ser el Mesías. Bajando del Tabor, los discípulos preguntan a Jesús sobre ello. Y Jesús responde: “Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo.” Ellos comprendieron que se refería a Juan Bautista, cuyas llamadas a la conversión y a preparar los caminos del Mesías habían despreciado los jefes judíos, y a quien Herodes había mandado matar por denunciar su vida de pecado. Esto mismo les dice Jesús que van a hacer con él: “Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos.” Y todo, Señor, porque ni los planes del Bautista ni los tuyos coincidían con sus planes, con las expectativas que se habían forjado de un Mesías político y poderoso. Porque ni Juan ni tú habíais irrumpido en el mundo con fuerza avasalladora y triunfal, sino de una manera humilde y pacífica; predicando, no la revolución violenta, sino un reino de amor, de paz, de misericordia y fraternidad.

  1. Como siempre. ¡Cuánto nos cuesta aceptar los planes de Dios, si chocan con los nuestros! ¡Cuánto nos cuesta reconocer al Señor cuando no llega según nosotros esperamos y creemos que debe venir! Por ejemplo, el testimonio de gente normal, sencilla, que nos muestran –con su palabra y sus vidas- que es posible vivir los valores del evangelio y de las Bien-aventuranzas. Pero nosotros no queremos verlo. Y preferimos continuar con nuestra vida cristiana mediocre y rutinaria. Y es que, como meditábamos ayer, nos damos buena maña para encontrar razones “razonables” para no atender las  llamadas de Dios a la conversión que nos llegan de mil partes. Y es que, Señor, somos duros de mollera y de corazón... Perdónanos. Ten paciencia con nosotros, como la tuviste con los discípulos, tan duros de cerviz también. Danos, en abundancia, la gracia que reblandezca nuestro corazón.

  1. Se acerca la Navidad. Tú vienes, Señor, a nuestro encuentro. Danos unos ojos nuevos, que miren sin miedos ni prejuicios, y descubran tus venidas; y ábrenos los oídos para  que reconozcamos tu voz amorosa que  nos llama a convertirnos. En estos días Adviento ¡qué abundantes son tus llamadas, Señor! Pero ¿estoy respondiendo?; ¿estoy preparando los caminos para tu venida a mi vida? Que no tema que, con tu venida, me quites nada. Que vea claro que vienes a llenar de sentido mi vida, a darme la libertad que me falta y anhelo. Que sepa, Señor, discernir los signos y los “precursores” anunciadores de tu venida. Que, como ruega la liturgia de hoy, te deje amanecer en mi vida: “Dios todopoderoso, que amanezca en nuestros corazones el resplandor de tu gloria, Cristo, tu Hijo, para que su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz. (Colecta de la misa).

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