24 diciembre -
Adviento
1. La palabra de Dios
En aquel tiempo, Zacarías, padre
de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo: "Bendito sea el
Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos
una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho
desde antiguo por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de
nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la
misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el
juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de
temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y
justicia, en su presencia, todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del
Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su
pueblo la salvación, el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia
de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los
que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el
camino de la paz." (Lucas
1,67-79).
- Hoy, víspera de la Navidad, el Evangelio recoge el canto de
alabanza de Zacarías, después del nacimiento de su hijo. Zacarías ha experimentado
la misericordia y la fuerza del Señor. Y lo bendice. Ante el hijo de su
ancianidad, mira la historia de Israel, el pueblo elegido por Iahvé, y la
resume en una frase: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha
visitado y redimido a su pueblo…» Israel era un pueblo pequeño,
rodeado por Egipto, Asiria, Babilonia, pueblos más poderosos que él… La
amenaza de ocupación era constante, pero Israel sobrevivió. ¿Cómo? El
judío, al recordar su historia, sólo encuentra una explicación: ha sido la
mano poderosa del Señor, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el que
lo ha defendido y lo ha liberado de caer en manos de los enemigos. ¿No es
lo que descubrimos también nosotros en nuestra historia personal, cuando
miramos atrás? ¡Qué bondad la tuya, Señor, descubro; con qué fuerza has
luchado en mi favor en tantas ocasiones! Yo también te canto y te bendigo
hoy: ¡Bendito, seas Tú, Señor, porque también a mí me has visitado y
redimido y liberado de infinitos peligros!
- El canto de Zacarías es una oración
profética sobre la venida del Salvador, un Salvador que nos llega como
niño débil, indefenso, que nace de una sencilla mujer del pueblo en un establo. Y nace “para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de
los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos
nuestros días”. Sí, Señor que te haces niño, ven a liberarnos de
tantos temores que siguen habitando en nuestro corazón: temor a ser
rechazados y no ser queridos por los demás si no vivimos según lo que se
lleva y nos atrevemos a profesar nuestra fe y vivir según las exigencias
del Evangelio; temor al fracaso, al sufrimiento, a la enfermedad, a la muerte… Sobre todo, Señor, líbranos de los miedos que nos impiden
decir sí a Dios de una manera
rotunda, de modo que “le sirvamos
con santidad y justicia, en su presencia, todos los días de nuestra vida”.
Ven, Jesús, ven y líbranos de todos esos
temores. Ven para elevarnos y hacernos hijos de Dios. Ven y haz que vivamos siempre con la confianza de
hijos que se sienten amados por Dios.
- «Hoy sabréis que viene el Señor, y mañana contemplareis su gloria», nos anuncia la liturgia de hoy. El Señor llega para iluminar la oscuridad de nuestras vidas, para levantarnos de las sombras de la muerte. Zacarías proféticamente anuncia lo que va a empezar a suceder a partir de esta noche: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz." Tú, Dios nuestro, nos visitas y nos redimes; comienzas a vivir como uno más entre nosotros, para enseñarnos el camino que debemos seguir para ser felices ahora y siempre. Jesús, Niño que llegas, que nos preparemos para recibirte; que nos dejemos iluminar por tu luz, y así tu gloria se manifestará al mundo por medio de nosotros.
- Apresúrate, Señor Jesús, y no tardes, para que tu venida consuele y fortalezca a los que esperan todo de tu amor. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén (Oración de la misa).
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