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El silencio de María


Viernes 2ª semana de Adviento
2. La palabra de Dios                    
Así dice el Señor, tu redentor, el Santo de Israel: “Yo el  Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues. Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar…” (Isaías 48, 17-18).                    

En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: « ¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras».( Mt 11,16-19).

  1. No es raro que a veces nos sintamos mal, descontentos de nosotros mismos y de los demás, insatisfechos de nuestra vida... Y nos preguntamos por qué. También Israel en el destierro se encontraba así. Por medio de Isaías el Señor le echa en cara su infidelidad y le recuerda lo que se ha perdido por ello: “Yo el  Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues. Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar…” Este es el problema: que no escuchamos a Dios, que quiere orientar nuestro caminar, y escogemos seguir nuestro propio camino frente al de Dios. Y nuestro camino no desemboca en la paz, en la serenidad profunda, en la alegría y el gozo interior, en la justicia y solidaridad, sino en la insatisfacción y en la discordia e injusticia. A esto sólo conducen los caminos de Dios. En este Adviento, Señor, me llamas y me pides que te escuche, por fin, y siga tus caminos. Que prepare tu venida. Que despierte del sueño y te acoja y siga tus caminos. Señor, que atienda tus llamadas.

  1. ¿Con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos...” Los del tiempo de Jesús eran como los niños de la parábola, que no se ponen de acuerdo a qué jugar. Unos prefieren jugar a funerales y lamentarse y llorar, mientras que a otros les resulta muy triste y escogen jugar a bodas. Así dice Jesús que son los importantes de aquel tiempo: primero desoyeron el mensaje de Juan el Bautista y después  el de Jesús. Los dos llamaban a la conversión del corazón, a cambiar de rumbo en sus vidas. Pero ese mensaje les estorbaba y no querían escucharlo. Y se justificaban, diciendo que Juan -que ni comía ni bebía y era muy austero- estaba poseído de un demonio. Y de Jesús -que comía y bebía y se comportaba como uno más-, decían que era un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores. Para ellos todo es motivo para no convertirse, y justificación para rechazarlos: a uno por más, a otro por menos…  Y yo, Señor, ¿no hago lo mismo? ¡Cuántas excusas pongo para escabullirme y no escuchar tus llamadas a convertirme, a orar más, a servir y ayudar más a los otros…! Por ejemplo, en este Adviento, ¿tras de qué excusas me estoy escondiendo para no acoger tus llamadas, para no comprometerme contigo? “¡Ven, Señor!” – te pido-,  pero ¿estoy dispuesto a recibirte?
  2. Los de su tiempo se negaban a aceptar el mensaje de Jesús y a creer que era el Enviado del Padre, porque era “demasiado como los demás”: andaba con los publicanos y pecadores. Yo, por el contrario, Señor,  te doy gracias y me alegro precisamente porque te has hecho uno de nosotros, tan cercano, tan como los demás que no rehúyes la compañía de los más débiles y pecadores.  ¿Qué hubiera sido de nosotros, si sólo buscaras a los sabios, importantes y buenos? Pero has preferido a los débiles y pecadores… ¡Qué maravilloso, Señor, saberte acompañándonos siempre, mezclándote con nosotros en nuestros trabajos de cada día, en nuestras penas y gozos, y en la rutina de nuestras vidas! Que en todo experimentemos tu compañía, Señor. Y que te veamos, te acojamos y te amemos en cada hermano que se nos acerca, sobre todo en los más pobres. Señor, que este Adviento no sea “un Adviento más” en mi vida. 

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