Domingo 2º de Adviento (C)
La palabra de Dios
Levántate, Jerusalén, sube a la altura, tiende tu vista
hacia el Oriente y ve a tus hijos reunidos desde oriente a occidente, a la voz
del Santo, alegres del recuerdo de Dios. Salieron de ti a pie, llevados por
enemigos, pero Dios te los devuelve traídos gloria, como un trono real. Porque
ha ordenado Dios que sean rebajados todo monte elevado y los collados eternos,
y colmados los valles hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro
bajo la gloria de Dios. Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su
gloria, con la misericordia y la justicia. (Baruc 5,1-9):.
En el año quince del reinado del emperador Tiberio,
siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su
hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene,
bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan,
hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando
un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el
libro de los oráculos del profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles,
desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se
iguale. Y todos verán la salvación de Dios.» (Lucas 3, 1-6)
- El adviento no es simple preparación para una conmemoración: que un día el Señor vino al mundo en Belén. Es mucho más. Y hemos de desear que lo sea así para cada uno de nosotros. Adviento es celebración de algo que acontece ahora: que hoy el Señor viene a salvarnos, que el Padre sigue amándonos, que no se ha olvidado de nosotros, y, por eso, prepara para nosotros caminos de liberación. El profeta Baruc llamaba a la alegría y a la esperanza al pueblo que vivía en el destierro suspirando por volver a Jerusalén: “Levántate, Jerusalén, sube a la altura, tiende tu vista hacia el Oriente y ve a tus hijos reunidos desde oriente a occidente, a la voz del Santo, alegres del recuerdo de Dios. Salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los devuelve traídos con gloria, como un trono real.” Pues, como en tiempos antiguos Dios se mostró fuerte con el viejo Israel y lo liberó, así también, en nuestro “hoy”, se va a mostrar fuerte con nosotros. El está viniendo para liberarnos, para quebrar cadenas de esclavitud y abrir caminos de gracia y de amor para nosotros, que anhelamos ser libres. Este el anuncio que la liturgia nos repite una y otra vez en este tiempo. Señor, que este anuncio penetre hondamente en mi corazón y avive en mi el gozo y la esperanza.
- La salvación se nos ofrece como don gratuito. Pero ese don hemos de aceptarlo, acogerlo, querer recibirlo. Es decir, tenemos que convertirnos, abrir las puertas al que trae la salvación,dejarnos salvar. A ello nos llama Juan Bautista cuando nos pide: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale”. ¡Cuánto estorbo que frena la venida del Señor hay en nuestra vida! Ahí está el valle hondo de la apatía espiritual y de la vida cómoda que nos hemos construido; y el monte del egoísmo y la soberbia y el orgullo sobre los que nos hemos encaramado y que nos hacen sentirnos por encima del hermano, a quien, a veces ni respetamos ni sirvamos ni perdonemos; y los caminos torcidos de la avaricia y la injusticia y la explotación de los débiles…. Todos son, Señor, obstáculos a tu salvación, que me pides que remueva. Pero, Señor, ¿cómo removerlos, si tú no me ayudas? Ayúdame. Que este adviento sea para mí tiempo de conversión. Sólo así “veré la salvación de Dios”, que viene contigo.
- San Pablo, en la 2ª lectura, anunciaba a los filipenses que “el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús. Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, llenos de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios.” Señor, yo también deseo y espero que, por tu bondad y misericordia, llevarás adelante la buena obra que un día empezaste en mí, hasta que vengas. Madre mía, María, Divina Pastora de las almas, ruega al Señor para que así sea. Que este adviento sea para mí tiempo de salvación.
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