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Domingo1º Aviento C Reflexión


1.       La palabra de Dios
Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente; para que, cuando Jesús nuestro Señor vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro padre. Para terminar, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: habéis aprendido de nosotros como proceder para agradar a Dios: pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos en nombre del Señor Jesús. (Tesalonicenses (3,12–4,2).
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo, temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre. (Lucas, 21,25-28. 34-36).
  1. Comenzamos un nuevo Adviento. Durante este tiempo de gracia, la liturgia nos anuncia una y otra vez: “El Señor viene.” Y nos invita a mirar hacia atrás y hacia adelante. Hacia atrás, porque recordamos que el Señor ya vino, que plantó su tienda entre nosotros, que está con nosotros, que camina con nosotros. Y hacia adelante, hacia el futuro, porque el Señor todavía no está plenamente en cada uno de nosotros, ni en nuestro mundo. Aun no le hemos abierto plenamente la puerta y dejado entrar. De modo que todavía hay muchas parcelas de nuestras vidas de las que aún no ha tomado posesión, y todavía hay mucho pecado, oscuridad, injusticia y desamor en nosotros y en nuestro mundo. Por eso, la liturgia en este tiempo suplica una y otra vez –y nosotros con ella-: “Ven, Señor.” Y nos invita a prepararle el camino, a preparar el encuentro con el Señor…  Señor, sí, ven a mí, ven a nuestro mundo.

  1. En el evangelio nos habla el Señor de su venida, de su vuelta gloriosa al final de los tiempos: «En aquel tiempo... las potencias del cielo, temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.» Son palabras que, como hemos dicho al meditar evangelios parecidos en estos últimos días, suenan a catástrofe y desgracia. Pero, en realidad, son un grito de ánimo, un mensaje de consuelo y de esperanza. Con ellas nos dice el Señor que nuestro destino no es el vacío, la destrucción, la nada; sino el encuentro con el Dios que nos ama con amor infinito, con el Dios Abbá de quien con tanto cariño nos habló Jesús. Sí, aquel día se tambaleará y será destruido el mundo de pecado y de injusticia, serán rotas  las cadenas con que el mal nos ata, y, por fin, será  satisfecha en plenitud nuestra vocación de libertad: “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación…” A eso vienes, Señor, no a condenarnos, sino a liberarnos. Gracias, por este anuncio consolador que nos entregas, Señor, al comienzo del Adviento. 

  1. Pero, para que no nos confundamos y tentemos a Dios –como Israel-, abusando de su misericordia, a la vez que nos llama a la esperanza, el Señor nos advierte: “Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero.” Pero el Señor no quiere que vivamos asustados, mientras esperamos el final; pero sí, que vivamos avisados, vigilantes, sin descuidarnos pensando que tendremos tiempo para convertirnos, no sea que se nos eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.” Para que eso no suceda, tenemos que vivir según nos desea San Pablo: “Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente; para que, cuando Jesús nuestro Señor vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro padre.”(2ª lectura).  Señor, que viva de tal modo que no me importe si ese día llega antes o después, sino que cada día viva como deseo que me encuentres cuando vengas. María, Madre buena, Virgen del Adviento, ruega por mí, enséñame a vivir la espera como tú la viviste.


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