Domingo 4º de Adviento (C)
1. La palabra de Dios
Así
dice el Señor: «Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de
ti saldrá el jefe de Israel. En pie, pastoreará con la fuerza del Señor, por el
nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará
grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra paz.
(Miqueas, 5,1-4a).
En aquellos
días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá;
entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de
María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y
dijo a voz en grito.- «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu
vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu
saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa
tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. (Lucas 1,
39-45)
1.
Hoy, a las puertas ya de la Navidad, contemplamos de
nuevo a María, la Madre. Una Madre que
espera. Imaginemos cómo sería la espera de la Virgen... ¡Cómo oraría María! ¡Con qué gozo y fervoroso
deseo suspiraría por la llegada del Deseado de las naciones, que llevaba en su
seno, el que “será grande, y se llamará
Hijo del Altísimo”, como le anunció el ángel! ¡Cómo se prepararía ella y
prepararía todo para recibirle! Nosotros también lo esperamos. ¿Cómo es nuestra
espera, cómo nos estamos preparando para su llegada? ¿Oramos lo bastante, lo
deseamos profundamente, pedimos que venga? Roguemos a la Madre, a la Maestra de
la espera y Madre de la Esperanza que nos enseñe a esperar al Señor, a pedirlo,
a prepararnos para acogerle.
2.
El Mesías que esperamos será nuestra Paz, y pastoreará con la fuerza del Señor, como
profetiza Miqueas, en la 1ª lectura. El será el pastor que convocará a todos para
conducirnos a la paz. Pero la paz sólo es posible, si se destierra el orgullo,
el egoísmo, el afán de dominar y ser y tener más que los otros. El modo, pues,
de preparar la venida del Señor a nosotros, a nuestros hogares y a nuestro
mundo, será eliminar todo lo que impida la paz, abriéndonos al amor y al
servicio. En el evangelio volvemos a escuchar la alabanza de Isabel a María: “dichosa tú, que has creído, porque lo que te
ha dicho el Señor se cumplirá.” María es “la Creyente”, la que ha creído. Es la Madre del que viene a salvarnos, porque
creyó que el Espíritu Santo era capaz de hacer fecundo su seno, aunque no
conocía varón. Pidámosle hoy que nos enseñe a nosotros a creer que el Espíritu
Santo es también capaz de fecundar estas vidas nuestras pobres y estériles, sin
amor, para que en ellas amanezca cada día más Jesús, el Salvador, y lo podamos mostrar a este mundo nuestro que
tanto lo necesita.
- Se habla mucho de que se está perdiendo
el sentido religioso de la Navidad. Efectivamente, son muchos los que la
reducen a unas fiestas paganas… En la Navidad se dicen palabras muy hermosas:
Paz, Amor, Alegría, Solidaridad...; pero apenas se pasa de las palabras:
casi todo se queda en consumismo y despilfarro y alegría “de hojarasca”,
sin contenido. Frente a esto, los cristianos hemos de recobrar el sentido
hondo de la Navidad: Dios nos nace y viene a salvarnos, a hermanarnos a todos.
Para ello nos preparamos. Vivamos estos días últimos de Adviento con los
sentimientos de la Madre: Abrámonos cada vez más al Amor, tengamos un
corazón agradecido ante el misterio del Dios-Amor que nos llega en Jesús. Y, como hace María,
que, después de haber acogido el mensaje del ángel, se pone en camino para
ponerse al servicio de Isabel, llevando en su seno al Hijo de Dios; así
nosotros, llenos de Dios, pongámonos en camino hacia los que nos necesitan…
¡Hay tántos con las manos tendidas, esperando que se las agarremos y los
saquemos del sufrimiento, de la pobreza, de la soledad…! El que se prepara para celebrar la
Navidad de un Dios que se ha encarnado, no puede quedarse indiferente ante
la necesidad del hermano. ¿Nos quedaremos nosotros? … ¡Ojalá la Navidad no
se nos escape!
0 comentarios:
Publicar un comentario